20 de enero de 2006

Amores perros


La otra noche, el barrio se vio conmocionado por un hecho tristísimo. El perrito del vecino fue salvajemente atacado por el gran danés del peluquero de la otra cuadra. Todo se inundó de gritos de espanto de la gente y quejidos del animal que aún retumban en mi cabeza. Yo vi todo desde el balcón y bajé desesperada, como tantos otros que terminamos en la calle viendo una escena salpicada de sangre y lágrimas. Una pareja en auto llevó al perro moribundo al hospital veterinario, dejando atrás las caritas atónitas de los nenes de al lado, de cinco y ocho años.
A la media hora regresaron y no pude ver en qué estado estaba la mascota pero sospechaba lo peor. Desde mi cocina se oye la vida cotidiana de estos vecinos, que aquella noche no la estaban pasando nada bien. Confirmé mis sospechas cuando oí que la chiquita lloraba, y no lo pude soportar. ¿Adónde van las lágrimas de los niños? ¿Acaso riegan algo? ¿Qué?
Hoy ya no estoy triste. Del patio, las risas inocentes se dejan escuchar en medio de los juegos infantiles de todos los días porque, después de todo, hoy es un día más.

11 de enero de 2006