Así hizo con estos negritos, madre e hijito, a los que bauticé Pelopincho y Cachirula (personajes de historieta que salían en las revista Anteojito y Billiken). Ellos se quedaron debajo de las plantas de mi vereda así que les doy agua y comida. Algunos vecinos también le dan algo. Todo bien hasta la que perra se puso en celo y la cuadra se pobló de 148.000 perros. Está bien, no eran tantos…
Algunos vecinos me miraban medio mal porque estaban molestos por el alboroto pero tampoco era mi culpa. El martes llevé a Cachirula al veterinario y la castraron. Graciela pareció enternecerse y me vino a buscar con el auto a MAPA. Al llegar con la perra dormida en brazos, Pelopincho la esperaba en la puerta de la fábrica. Creyendo que no la reconocería por el olor a remedio, el perrito la recibió con miles de besos. Ambos se quedaron en la oficina hasta que Cachi se recuperó de la anestesia.
Algunas de las personas que me rodean, no toleran que yo haga cosas desinteresadamente, menos por los animales: “gastás plata por un bicho que ni siquiera es tuyo” comentan. Sin embargo, otros se muestran gratificados. Yo creo que el ejemplo que uno puede dar con una pequeña acción puede ayudar a concientizar a algunas personas sobre la importancia de la esterilización y la tenencia responsable de los animales. Con que uno solo tome conciencia de esto, ya es un logro a pesar de quienes no quieren ver. Graciela, al menos, se empezó a preocupar por ellos y los cuida conmigo.
