
Después de llorar todo el lunes, me dispuse a tranquilizarme un poco, sino, no va, pensé. El martes, los publiqué en la red mascotera contando el episodio para ver si, en una de esas, aparecían o alguien sabía algo. La noche de ese mismo día, me llaman tipo once, de una agencia de remís de Lanús oeste, a unas 20 cuadras de mi casa, para decirme que el sábado había aparecido un perro negro muy similar a Pelopincho. Estaba solo, lloraba triste y no quería comer. Dormía adentro de la agencia. Había muchas coincidencias y era una probabilidad de que cierta gente los haya tirado por ahí. Me partía el alma pensar que Cachirula no estaba con él, siendo que eran inseparables. A las siete de la mañana del día siguiente, me tomé un remís hasta ese lugar y, cuando miro al perro, me encuentro con que no era el que buscaba. Me dio mucha pena por el pobre porque estaba flaco y triste. Era bastante más grande que Pelopincho. Me volví a trabajar y, de alguna forma, me sentí aliviada de que no haya sido él. Empezaba a descartar ciertas hipótesis nefastas.
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Cuando llego a la fábrica, me encuentro con la vecina intolerante que hace un tiempo me había amenazado con hacerlos desaparecer y fui directo a hacerle algunas preguntitas. Empezando por las más sutiles hasta terminar por la más directa y franca: si se los había llevado. Me dijo que no, pero de haber sido así, QUÉ. “¿no tengo derecho a tirarlos por ahí si me molestan? No, le dije. Hablamos como media hora y traté de ver más allá de las palabras que me decía. Creo que fue sincera, sé que ella, la principal sospechosa de una supuesta desaparición, no tuvo nada que ver. Si fuese culpable, no tendría el menor tupé en decírmelo.
Después llamé a zoonosis de Lanús. Si bien la perrera no anda más, por consejo de una compañera proteccionista, me comuniqué para asegurarme de que ellos no habían levantado ningún perro. Y así fue. Sólo lo hacen por denuncia policial debido a mordedura. Y me habría enterado porque me hubiesen llamado…
Los vecinos, salvo la chiflada, adoraban a los negritos. La abuelita Nely los visitaba todos los santos días. Era una gran distracción para ella. (Hoy la fui a ver porque supe que se descompuso de tristeza pero ya está mejor.) Los vecinos también sabían que los perros no se iban a ningún lado y que tampoco se acercaban a cualquiera. Entonces me permití ilusionarme y pensar que algunos de los que pasaban y los querían, los haya adoptado. Quizás es raro que no me hayan avisado, pero era fin de semana y yo no estaba trabajando. Le tengo que poner optimismo, no?
En estos días pensaba que el consuelo mayor, en cualquier acción que uno haga, es el haber hecho lo mejor que uno pudo. Quizás las circunstancias llevan a que los episodios transcurran de otra forma a lo esperado pero eso no debe ser motivo de desaliento. “La acción inegoísta lleva en sí misma su recompensa”. Tal vez nunca me entere qué fue de ellos, pero estoy tranquila porque mi espíritu pacífico, que es lo más valioso que tengo, nadie podrá despojármelo jamás.
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*En la foto no tenían collar, pero después sí.